“La edad de retiro no será el eje de discusión de la reforma” Destacado

Hugo Odizzio, presidente del directorio del Banco de Previsión Social (BPS), habló en entrevista sobre los desafíos que implica la reforma del sistema de seguridad social y su impacto en las cuentas públicas y la presión fiscal. Afirmó que a su juicio la edad de retiro no será el eje de la discusión, y recordó que actualmente los uruguayos se retiran en promedio a los 64 años. Abogó por un nuevo modelo de proximidad en el que el BPS brinde toda la información para que las personas puedan tomar sus decisiones con la mayor libertad.

El gobierno y todos los sectores políticos coinciden en la necesidad de reformar el sistema de seguridad social. ¿Cuál será el rol del BPS en ese proceso?

El BPS tendrá una importancia singular en el análisis previo y en el resultado. Lo tendrá en la preparación de la información para que se puedan evaluar los resultados y efectos de cualquier diseño que se pretenda hacer; y luego de que la reforma adquiera forma de ley, se apruebe, se promulgue y vuelva al BPS, lo tendrá en la transformación de la ley en derecho positivo para los ciudadanos.

Estamos en la primera etapa, comenzaron a llegar algunos pedidos de información, y más adelante, durante el trabajo de la comisión de expertos, nuestro trabajo va a seguir creciendo.

Siempre se habla de la necesidad de un consenso social sobre este tema, pero ¿quién quiere trabajar cinco o diez años más?

En el libro de Rodolfo Saldain La era de los nuevos viejos se analizan los cambios en la composición de la sociedad, que van más allá de la expectativa de vida, de que la gente vive más años. También está cambiando la composición de la sociedad porque cada vez las familias tienen menos hijos, las parejas los tienen cuando ya están más avanzadas en edad; incluso algunos atribuyen esto a los efectos de ciertas políticas contra el embarazo no deseado, que bajó la tasa de natalidad, que era más alta en los sectores de menores ingresos.

Hay cambios en muchos planos, y a mí en particular no me queda tan claro que la gente quiera trabajar menos, creo que la gente quiere vivir mejor. Yo tengo 62 años y me podría jubilar mañana, pero mi vocación es seguir trabajando porque me siento bien, tengo una forma más activa de encarar la existencia. Habrá gente que se querrá retirar antes, pero hoy ya ni siquiera se retiran a los 60 años pudiendo hacerlo; se retiran, en promedio, a los 64.

Si además se generan algunos estímulos para que la gente siga disfrutando el trabajo, disfrutando la vida y disfrutando el descanso, creo que es razonable pensar que la edad de retiro no va a ser el eje de discusión de la reforma.           

Quizás muchas personas quieren mantenerse en actividad, más allá de que no estén conformes con las condiciones en las que trabajan.

No tenemos estadísticas; pero esos que estaban contentos, aunque asustados también, porque por la pandemia se fueron para la casa y no tenían que trabajar, creo que ya al mes tenían una sensación diferente, y algunos deben haber regresado contentos cuando los volvieron a convocar.

La inactividad se vive de acuerdo a cómo cada persona vive su existencia. El envejecimiento activo, como se le llama ahora, puede ser marcado por el empleo; pero si la persona trabajó toda su vida y pudo ahorrar, puede dedicarse a otras cosas, aunque siempre teniendo actividad. Eso de “me retiro y le voy a dar de comer a las palomas” no corre más.

Hace algunos años llegamos a tener en el BPS una publicidad en la que había un señor dándole de comer a las palomas. Mientras yo esté acá no creo que volvamos a ver esa publicidad, porque la gente tiene derecho a descansar, pero también tiene derecho a vivir una vida adulta, sana, con la mejor salud que el sistema le pueda asegurar, pero disfrutándola.

¿Cuál es la relación entre población activa y pasiva, y cómo pesa en el diseño de la reforma?

Ahí está uno de los desafíos de la reforma, analizar las variables de la economía y el empleo y de los niveles de las prestaciones para armonizarlas y hacer que el sistema sea sustentable en el transcurso del tiempo.

El hecho de que hay menos puestos de trabajo cotizantes, por la automatización de procedimientos y la evolución de la tecnología, significa que un sistema de protección social basado en las contribuciones de los trabajadores en su vida activa, que financian parcialmente las prestaciones de los que ya están retirados, es un modelo que cada vez es más difícil de sostener en forma autónoma.

En Uruguay hay ya muchos impuestos que se destinan a mantener ese sistema, y el escenario que se nos presenta en el mediano y largo plazo puede ser aún más desafiante.

Por eso se habla mucho de la importancia que tiene la educación —y de la hipoteca que significa sobre nuestro futuro como país—, de los niveles y resultados que hay de capacitación de los alumnos y egresos; porque es razonable pensar que los trabajos vinculados a procesos que puedan ser sustituidos por un automatismo, en el mediano y largo o muy largo plazo, van a tender a desaparecer, y todo lo asociado al conocimiento va a aumentar su valor.

La falta de un sistema educativo que genere ese conocimiento en los jóvenes uruguayos afecta increíblemente la sustentabilidad de la sociedad como entidad armónica, capaz de hacer la transferencia entre los que son capaces de contribuir y los que están precisando el apoyo.

Todo eso es un sistema bastante complejo que va a haber que ir armonizando, y la reforma deberá tener algunos instrumentos para autorregular esas fluctuaciones. Las reformas antes se hacían a 20 o 30 años, ahora es muy difícil saber qué va a pasar en ese tiempo.

¿La reforma tendrá como objetivo el equilibrio fiscal?

La reforma, al igual que en 1996, tiene como objetivo bajar la presión fiscal, atenuar el impacto sobre las finanzas públicas que provoca la seguridad social.

Si miramos la reforma del 96, tal cual lo planificado, hubo inicialmente un aumento del gasto para financiar el período de transición e ir haciendo el pasaje al nuevo sistema sin pérdida de derechos. Luego empezó a tenerse el efecto esperado, que fue una reducción de la asistencia del Estado, y en el 2007, 2008 se llegó a que prácticamente no hubo asistencia de Rentas Generales.

Después, con la reforma del 2008, volvimos a este escenario en el que estamos por arriba de los 600 millones de dólares de asistencia, y este año van a ser más aún.

La reforma será una reiteración de aquel modelo porque buscará proyectar escenarios en el mediano plazo que balanceen las cuentas de la seguridad social de manera que la sociedad en su conjunto tenga que transferir menos recursos para financiar el déficit.

No es una solución de un día para el otro, la apuesta es siempre a mejorar el desempeño del sistema para bajar los requerimientos que se hacen a Rentas Generales, que somos todos. A veces parece que Rentas Generales es algo mágico, que alguien llena de noche de dinero para que al otro día alguien lo pueda sacar.

Muchas veces se habla del costo político de hacer una reforma de este tipo y la necesidad de concretarla en el primer año de gobierno.

Ningún partido cuestionó la necesidad de la reforma, todos hablaron de la necesidad de revisar el sistema; había posiciones divergentes sobre si estamos en un escenario más o menos crítico, pero no hubo discusión en torno a la necesidad de procesar una reforma.

No creo que la urgencia que se plantea vaya de la mano de que después no vamos a tener los apoyos. Obviamente, cuanto más lejos de una instancia electoral se tratan estos temas, mayor es la posibilidad de darles una solución con más componente técnico y menores valoraciones políticas.

De todas formas, ese no es el sentido de la urgencia. La urgencia se debe a que esto recae en las espaldas de los contribuyentes y está hipotecando a las futuras generaciones; y cuanto antes tomemos las mejores decisiones, mejor perspectiva tendremos de lograr una reforma de calidad.

Si procesamos la reforma rápidamente, tendremos mejor perspectiva de atender como debemos a los adultos mayores y a las nuevas generaciones, para que puedan tener un buen nivel de vida sin una carga excesiva de impuestos, y que las empresas sean competitivas porque los aportes a la seguridad social no son altos.

Cuanto más pronto lleguen las soluciones, más pronto se verán los resultados, que no son para dentro de tres años; pero estimo que, para el clima de inversiones y la valoración del país en su calificación como deudor, un proceso tomado con seriedad da una indicación positiva.

Si Uruguay hace las reformas estructurales que debe hacer, podrá desempeñarse mejor tanto a nivel de la seguridad social como en la educación, o en aspectos fiscales o energéticos.

Y si todo ese conjunto de medidas —entre las cuales la seguridad social es parte importante— se lleva adelante con un sentido de responsabilidad y urgencia, estaremos dando una buena señal para quienes ven al país como destino de sus inversiones y también para las calificadoras de riesgo, que son en definitiva las que con su nota están determinando los intereses que paga el país por su deuda.

La urgencia es también una característica de esta Administración, para poder hacer la mayor cantidad de cosas dentro del período de gobierno; y en el caso de la reforma también ayuda a favorecer ese clima de negocios.

En otro ámbito totalmente diferente, los resultados que se han tenido hasta hoy en el combate a la pandemia llevan a que el país dé una señal de madurez política.

Creemos que hay muchas ideas sensatas en torno al tema de la reforma de la seguridad social, y esperemos que el panorama sea parecido, que la mayor parte de las decisiones tengan un gran consenso en el sistema político, con algunos matices, como lo hay en todo.

El Frente Amplio (FA) no votó la ley del año 96, y durante los 15 años de gobierno del FA esta fue ajustada, pero el sistema de ahorro individual que administran las AFAP no se derogó. Hay, por lo tanto, una política de Estado en materia de seguridad social.

El país, cuando las cosas son serias, las toma en serio. La matriz energética es otro ejemplo. Esperamos que haya otros temas en la agenda pública en los que también se proponga un enfoque serio y se pueda llevar adelante una visión colectiva, pensando en que somos un país chico y debemos buscar más las coincidencias que las diferencias.

¿La reforma abarcará a todas las cajas, serán todas convocadas e incluidas?

Incluidas es un término que en seguridad social implica muchas cosas. No me voy a expedir sobre la inclusión o no, sí en lo que hace a la consulta; porque con posterioridad a la reforma se creó un sistema de acumulación, entre diferentes entidades de seguridad social, que permite que yo acumule años de servicio como bancario, como policía y otros en el BPS, para obtener una jubilación, y que cada una de esas cajas me pague una parte.

Hoy todos los sistemas están conectados. Hay unos vasos comunicantes que no existían en el pasado, lo que lleva por lo menos a que podamos analizar las variables en su conjunto.

Después, aunque no sé cuáles son los escenarios que se analizan, se puede plantear una progresiva integración o convergencia, y puede haber otros mecanismos que —sin ir a esa convergencia y respetando las autonomías de las distintas instituciones de la seguridad social— vayan generando algún tipo de solución más coordinada que la actual.

¿Cuáles son las metas principales que se propondrá alcanzar durante su gestión?

Ahora justamente estamos construyendo esa visión, tenemos alguna idea que todavía puede ser más personal, pero que tiene que transformarse en una visión más institucional.

Si a mí me dijeran cómo querría yo ver al BPS dentro de uno años, querría que seamos capaces de transmitirle a la gente que tiene que cuidar su vínculo con la seguridad social.

Hoy hay una cantidad de gente, podemos discutir si son 250.000 o 400.000, que no ven en la inclusión en el sistema de seguridad social una solución a los problemas que tienen actualmente.

Eso es en parte porque el sistema no les resulta lo suficientemente atractivo, y en parte puede ser porque no les hemos dado a esas personas todos los instrumentos para comprender la importancia que tendría su inclusión en el sistema.

Es cierto que tener las herramientas para comprenderlo no quiere decir que después lo vayan a lograr, porque no es tan fácil formalizarse en algunas actividades.

Para avanzar mucho en ese sentido, me imagino un concepto de proximidad; porque el BPS pasó de ser un lugar donde se hacían colas y se llenaban formularios a un lugar al que se puede llamar por teléfono —aunque estamos demorando un poco con la atención, algo que nos tiene bastante preocupados—, un lugar en el que se dan muchas soluciones sin necesidad de venir al BPS, como las jubilaciones.

Antes había colas para cobrar en el BPS y hoy pagamos por banco, pagamos por redes de cobros y pago. Ya no ocurre que todo el mundo tiene que venir al BPS, las empresas casi no vienen. Procesamos 190.000 seguros de desempleo, y no hubo cuadras y cuadras de cola, sino que fue hecho a distancia.

Esa es la primera etapa del cambio. Nos alejamos de la gente, en cierta forma, al ofrecerles el servicio allí donde se encuentren o la posibilidad de ir a un lugar cerca de su casa, como puede ser un local de pagos.

Ahora tenemos que empezar en un camino inverso: acortar esa distancia que hicimos para evitar que todo el mundo viniera, y que el BPS empiece a ser el que vaya a las personas a las que les dijo que no hace falta que vengan.

¿Cómo decirlo? Avisándole en el teléfono que tiene para cobrar tal beneficio, con tal importe. Si nosotros liberamos un pago y le avisamos que ya puede cobrar, si habilita el GPS le podemos decir dónde lo puede cobrar en ese momento. Eso ya está, aunque no se hace por un tema operativo. Si se dio de alta por primera vez, avisarle que tiene la posibilidad de afiliarse a un prestador de salud; y si en ese momento hay una puntuación de satisfacción de los usuarios, decirle también que los usuarios valoran de tal forma a los prestadores de salud a los que tiene derecho por su lugar de residencia.

Es decir, darle a cada persona información que le agregue valor a las decisiones que toma en su vida cotidiana.

También tenemos la idea de generar más comunidad en torno a esta cuarta edad, este envejecimiento activo; creemos que hay instrumentos como el plan Ibirapitá y algunas asociaciones que son de gente mayor pero que tienen el espíritu del joven que llevan dentro, y queremos tratar de ayudar a que mejoren su calidad de vida.

Ese tiene que ser el BPS, y va en la línea de lo que dice el presidente de la República, de darles más libertad a las personas para elegir y tomar sus decisiones.